Cuatro apuntes sobre los desafíos de los estudios sobre masculinidades ante el patriarcado contemporáneo .
Matías
de Stéfano Barbero (*)
CONICET - Universidad de Buenos Aires
Un vistazo rápido por medios audiovisuales, diarios, revistas, publicaciones de
ficción y científicas constata que las masculinidades están de moda. Aunque
esta afirmación podría resultar paradójica porque, históricamente, las publicaciones
que tienen como centro a los hombres son exageradamente mayoritarias. Como
menciona Kimmel (1992), todo aquello que no explicite en su título la palabra
mujeres, habla en realidad de hombres. Sin embargo, no lo hacen, como diría
Lagarde (1996), en tanto “sujetos genéricos”, esto es, evitando concepciones
naturalizadas, esencialistas, homogeneizadoras, individualistas y acríticas de
lo que “es” un hombre y atendiendo a los procesos por los que -parafraseando a
Simone de Beauvoir- se “llega a ser” hombre.
Los estudios
sobre masculinidades iniciaron su andadura en los países anglosajones, en los
años ochenta del siglo XX, al abrigo de la tercera ola feminista. Desde
entonces mucho se ha debatido y reflexionado y, si bien podemos considerar a
los estudios sobre masculinidades mayores de edad, se encuentran aún en proceso
de maduración. Involucrando a una multiplicidad de agentes (que incluyen
movimientos y estudios feministas y sociales, medios de comunicación, Estados e
instituciones, entre otros), este proceso se encuentra en un contexto local,
regional y global donde la crítica de los estudios de género y el feminismo
-desde donde considero que deberían partir los estudios de masculinidades- han
trascendido las fronteras de la militancia y la academia con un riesgoso éxito.
El riesgo radica en que a mayor éxito, mayor es la exposición al carácter
reactivo del patriarcado, que muestra su resistencia al cambio renovando
constantemente sus trampas, revitalizando su particular “sentido común” e instrumentalizando
y vaciando de contenido nuestras herramientas conceptuales en un afán de
erosionar el filo crítico de nuestras reflexiones. Por supuesto que los
estudios sobre masculinidades no escapan a este desafío y corremos el riesgo de
reproducir sesgos epistemológicos y analíticos que podrían hacerle el juego al
patriarcado. Desde esta base sugiero cuatro apuntes a tener en cuenta para que
los estudios de masculinidades no mueran de éxito a manos del patriarcado
contemporáneo: la reducción, la esencialización y homogeneizacón, la
individualización y la no problematización.
1. La reducción mercantilista de las
masculinidades se evidencia en que, de un tiempo a esta
parte, se han instalado en el centro de la escena lo que ha devenido en
llamarse nuevas masculinidades. Más
que una herramienta crítica de análisis este parece ser un concepto meramente
descriptivo impulsado en parte por los medios de comunicación -aunque veremos
que no exclusivamente-, que crean una suerte de ilusión de cambio cultural,
anclándose en lo meramente estético: los nuevos
hombres están más pendientes del espejo
y resignifican la potencia y el cuidado.
Luciano Fabbri, quien también escribe en este número de Andariegas, ha reflexionado al respecto, a propósito de las nuevas masculinidades futbolísticas:
“estos nuevos modelos son funcionales al capitalismo, implican nuevos nichos de
consumo”.
Como señala Leston (cit. Whelehan, 1995) pareciera que “el nuevo hombre existe fehacientemente en los
portafolios de los creativos de las compañías de publicidad y que es otra forma
de reafirmar el poder de los hombres”. Si bien la hegemonía no supone un
control total, y puede ser fracturada, no encontraremos precisamente
cuestionamientos en el mercado, sino la evidencia de cómo la hegemonía
despliega procesos de hibridación que llevan a la masculinidad hegemónica a
incorporar elementos de otras masculinidades históricamente subordinadas.
Ejemplo de ello es cómo “la masculinidad hegemónica occidental ha incorporado
elementos de las masculinidades gay” (Demetriou, cit. Connell, 2005), que han
sido previamente visibilizadas, integradas y filtradas por el capitalismo como
un nuevo grupo de consumo. Por otra parte, suele representarse a la nueva masculinidad con unos modelos de
hombres y no con otros. Entonces, ¿desde dónde y cómo habitan el género las nuevas masculinidades, si son producto
del mercado, blancas, de clase media y eminentemente heterosexuales? Esta
perspectiva mercantilista de la masculinidad, cómplice con el capitalismo -pero
también con el heterosexismo, el racismo y el clasismo- no pareciera
constituirse como una herramienta útil para pensar críticamente las
masculinidades, sino más bien como una estrategia de expansión de los límites
del mercado, en una desactivación del potencial crítico para favorecer la
(re)producción de masculinidades que seguirán sin contribuir al cambio político
y social en las relaciones de género.
2. La esencialización y homogeneización de las
masculinidades parten de la
extendida confusión de sexo biológico con género. Sobre todo basándose en datos
estadísticos, los estudios que diferencian por sexo los fenómenos sociales, han
sido -en ocasiones- los disparadores de la aplicación de la perspectiva de
género en lo relativo a los hombres (Nuñez, 2009). Sin embargo, las
estadísticas -por ejemplo sobre suicidio, accidentes de tráfico, consumo de
drogas, actos delictivos, etc.- no pueden ofrecernos información sobre los
discursos y prácticas que nos ayuden a comprender a los hombres como sujetos
genéricos. Esto es, basar estudios en datos estadísticos de quienes
cumplimentaron el casillero de “sexo” definiéndose
como hombres no sólo no implica estudiar con una perspectiva de género los
procesos por los cuales las masculinidades configuran las prácticas de los hombres,
sino que contribuye al imaginario erróneo de que existe efectivamente un
colectivo homogéneo al que podemos etiquetar sin más como “hombres”. Introducir
variables tales como clase, etnia, nivel educativo, edad, etc., no
necesariamente evita la homogeneización, ya que no implica, per se, la utilización de una
perspectiva interseccional que dé cuenta de cómo operan las masculinidades en
conjunción con otras formas de opresión. Es frecuente encontrarnos titulares
que reparan en que son los muchachos jóvenes de barrios periféricos y con
escasa educación formal los que caen en la delincuencia y el consumo de drogas.
Si en el primer supuesto corremos el riesgo de homogeneizar a “los hombres”,
ahora corremos el riesgo de esencializar a los “hombres jóvenes pobres”. Lejos
de ayudarnos a comprender cómo la subjetividad masculina interactúa según
clases sociales, edad o educación, ayudan a instalar un imaginario relativo a
la masculinidad adolescente de clase baja, donde pueden caber desde
explicaciones biologicistas -hormonales- sobre la adolescencia, hasta racistas,
culturalistas o clasistas (Núñez, ibíd.). Siguiendo a Connell (1995:61), “no
debe ser suficiente con reconocer que la masculinidad es diversa, sino que
también debemos reconocer las relaciones entre las diferentes formas de
masculinidad: relaciones de alianza, dominio y subordinación. Estas relaciones
se construyen a través de prácticas que excluyen e incluyen, que intimidan,
explotan, etc. Así que existe una política de género de la masculinidad”, lo que
nos llevará al siguiente punto.
3. La individualización es un riesgo
que se corre incluso desde las ciencias sociales cuando se hace referencia a
las nuevas masculinidades para
referirse a aquellas encarnadas por hombres que “comparten” las tareas domésticas
con sus parejas, muestran una “mayor dedicación” al ejercicio de su paternidad
o una “mayor consideración” como amantes que los distancia de otras formas de
masculinidad tradicional (Kimmel, ibíd.). Estas características parecieran
inaugurar una era de apertura y pluralidad al modelo férreo de masculinidad
hegemónica; una era donde, según Boscán (2008:106) “cada uno tiene la libertad
de decidir la clase de masculinidad con la que más cómodo se sienta”. Como
señala Kimmel, esta suerte de “psicología pop” de introspección masculina
debería cuando menos despertarnos alguna suspicacia. Si el estudio de las
masculinidades adquiere su coherencia como objeto científico en el ámbito más
amplio de las relaciones de género, debemos tener en cuenta que detrás de estas
concepciones puede albergarse una perspectiva individualista y reduccionista
del género que, en cierta manera, atribuye principalmente a la voluntad
individual las rupturas y continuidades con los modelos hegemónicos de
masculinidad. Aún si diéramos por válida esta posición, cabría preguntarse ¿en
qué medida estas prácticas erosionan la perpetuación de la subordinación de las
mujeres -u otras masculinidades-, o el privilegio de los hombres? Una reflexión crítica individualizada sobre
nuestra masculinidad no implica necesariamente una conciencia feminista y,
por tanto, un compromiso con sus luchas. La masculinidad hegemónica puede
definirse como la “configuración de la práctica de género que incorpora la
respuesta aceptada, en un momento específico, al problema de la legitimidad del
patriarcado, lo que garantiza (o se considera que garantiza) la posición
dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres” (Connell,
ibíd.:117). Por ello, existe la posibilidad de que, sin atender a las relaciones
de género, por ejemplo, al interior de un núcleo familiar, el mero hecho de
“compartir” las tareas domésticas o asumir una “mayor dedicación” a la
paternidad, sean actitudes para justificar el reclamo de autoridad de los
hombres sobre las mujeres: un hombre que además de “sus tareas”, cumple con las que “no le son propias”, tiene mayores
posibilidades de éxito en el reclamo de autoridad. Por otra parte, el sistema
sexo-género, al tratarse de un sistema relacional, hace que los hombres, por
más que “decidamos” no ejercer los privilegios que se nos
adscriben por el mero hecho de serlo, estemos inscritos en estructuras que nos
privilegian, aún contra nuestra voluntad. En esta línea, Segal (1991), afirma
que el cambio no está tan relacionado con lo psicológico como con lo cultural y
lo estructural, y que, por tanto, conseguirlo será mucho más complicado que
simplemente “elegir” una masculinidad diferente de la hegemónica, justamente
porque eso que podría parecernos una cuestión personal, es en realidad -parafraseando
la máxima feminista- una cuestión política, ya que implica una amenaza profunda
al patriarcado.
4. La no problematización del concepto “hombre”
invisibiliza las disputas, incoherencias y contestaciones que las identidades
lesbianas, queer y trans realizan de lo que la subjetivación de la
masculinidad implica (Nuñez, 2009). Si adoptamos, un punto de vista dinámico y
diacrónico, entenderemos la masculinidad -y la feminidad- como “proyectos de
género” (Connell, 1995), siempre endebles, flexibles, cambiantes.
La problematización del concepto “hombre” supone un reto epistemológico -e
incluso metodológico- para quienes investigamos masculinidades, pero también
supone un reto político. El mantenimiento de la hegemonía, en cualquiera de sus
formas, necesita de esfuerzos constantes de invisibilización de las
alternativas, de castración de la reflexividad y de ocultamiento de las
grietas. Desde la perspectiva de una investigación aplicada e implicada, algo
que puede parecer inútil, como preguntar a nuestros investigados si “son”
hombres, “qué tipo” de hombres son y “por qué”, puede -además de generarnos
algún momento intenso durante la entrevista- favorecer su cuestionamiento sobre
una condición que suele ser tenida por estática, aproblemática e
incuestionable, ayudando a desactivar la más efectiva de las trampas tendidas a
los hombres por el patriarcado contemporáneo: que “eso del género es cosa de
mujeres”.
Bibliografía
Boscán, A.
(2008) “Las nuevas masculinidades positivas”, en Utopía y Praxis Latinoamericana, Año 13, Nro. 41, pp. 93-106.
Connell, R.W.
(1995) Masculinidades. México: PUEG.
Connell, R.W.; Messerschmidt, J.W. (2005) “Hegemonic masculinity:
Rethinking the concept”, en Gender and
Society, 19, 829.
Kimmel, M.
(1992) “La producción teórica sobre masculinidades: nuevos aportes”, en Fin de siglo. Género y cambio civilizatorio,
pp. 129-138. Santiago de Chile:
Isis internacional.
Lagarde, M.
(1996) Género y feminismo: desarrollo
humano y democracia. Barcelona: Horas y horas.
Nuñez Noriega,
G. (2009) “Los ´hombres´ en los estudios de género de los ´hombres´: un reto
desde los estudios queer”, en
Ramírez, J.C. y Uribe, G. Masculinidades.
El juego de los hombres en el que participan las mujeres, pp. 43-57. Madrid: Plaza y Valdés.
Segal, L. (1991) Slow motion:
changing masculinities, changing men.
New Brunswick: Rutgers University Press.
Whelehan, I. (1995) Modern
feminist thought: From the second wave to “post-feminism”. Edimbourgh
University Press. Traducción de José María Espada Calpe, 1998.
Ha cursado sus
estudios de Grado en Antropología en la Universidad Complutense de Madrid y la
Maestría de Antropología de Orientación Pública en la Universidad Autónoma de
Madrid. Actualmente (2015) es becario doctoral del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CONICET) y Doctorando en Antropología en la
Universidad de Buenos Aires. Su tesis doctoral aborda las intersecciones entre violencia(s)
y género en los Grupos Terapéuticos
de Hombres Violentos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Co-cordinador de los "Grupos de hombres que ejercen violencia a sus parejas"