lunes, 14 de julio de 2025

La silla vacía: Una escena que incomoda, un acto que interpela.

En el centro del dispositivo hay una silla vacía. La escena no es menor ni casual. El silencio que la rodea tiene un espesor denso, casi incómodo. Se trata de una dinámica que algunos identifican con sus raíces gestálticas, pero aquí adquiere una dimensión profundamente política: no se trata de tramitar un duelo ni de reconciliar un conflicto, sino de hablarle a la mujer que denunció. No hablar de ella, no justificarse, no explicarse: hablarle. Por Martín Miguel Di Fiore*
Este tipo de intervenciones, trabajadas en etapas finales de algunos dispositivos psico-socio-educativos con varones que ejercieron violencia en sus vínculos afectivos, resulta profundamente revelador. Lo que se produce no es tanto una catarsis emocional -aunque la haya- sino una desestabilización del relato que el varón ha sostenido hasta entonces: victimización, negación, minimización, desplazamiento de la culpa. En esa escena el grupo se transforma en algo más que un espacio de escucha. Como señalan Branchiforti y González (2021)[1], el dispositivo «cobra relevancia al ensamblar aspectos como clase, etnia, religión, sexualidades, centrándose en el eje principal en el abordaje de la violencia familiar». Se transforma, entonces, en un escenario que interpela estructuras sociales y simbólicas, y no solo subjetividades individuales. La silla vacía forma parte de esa estrategia de intervención situada, con dimensión política y comunitaria. _____________________________________________________________ Durante semanas, meses, a veces años, los varones han construido una narrativa que mezcla excusas con omisiones. La denuncia es presentada como traición, la mujer como enemiga, la justicia como persecución. Sin embargo, frente a la silla vacía, esa arquitectura simbólica se desmorona. El dispositivo interpela no solo a quien se sienta frente a ella, sino también a todas las prácticas institucionales que, a lo largo del proceso judicial, han contribuido a blindar ese discurso. La coordinación guía la escena, sostiene el encuadre y al mismo tiempo lo tensiona. ¿A quién estás hablando? ¿Qué estás diciendo realmente? ¿Dónde estás vos en esto que contás? ¿Qué lugar ocupa el daño que causaste? ___________________________________________________________________________ La incomodidad no tarda en aparecer. Algunos tartamudean. Otros bajan la mirada. Algunos lloran. Pero lo que emerge con mayor fuerza no es la emoción, sino la dificultad para nombrar la violencia y asumir la responsabilidad. Porque muchos varones han aprendido que es más aceptable narrarse como equivocados, errados, confundidos o desesperados, antes que reconocer que ejercieron violencia. ___________________________________________________________________________ EL VARON QUE NO FUE INTERPELADO: Lo que esta práctica revela es una falla estructural: muchos varones llegaron hasta aquí sin haber sido verdaderamente interpelados. Ni por sus abogadas o abogados , ni por sus terapeutas, ni por los equipos técnicos judiciales. Escuchados, sí. Diagnosticados, también. Pero rara vez confrontados desde un lugar ético y político. Se confundió escucha con neutralidad, contención con condescendencia, y lo vincular con simetría. El sistema judicial aún opera bajo una lógica adversarial, donde la denuncia se lee como disputa y el expediente como campo de batalla. En otro artículo señalé que “el expediente, entonces, no es un documento neutro: es una trinchera más en esa batalla simbólica” (Di Fiore, 2024)[2], y esa afirmación cobra especial fuerza cuando se observa cómo los relatos del varón -y las prácticas institucionales que lo rodean- quedan atrapados entre el silencio estratégico y la defensa autojustificativa.. La silla vacía interrumpe esa escena. Le exige hablar sin abogada/o, sin juez/a, sin terapeuta como intermediario. Le exige hablarle a la mujer a la que dañó, aún si no está presente.
Y es ahí donde aparece la figura del sujeto político: no el varón herido, ni el varón dañado, sino el varón con poder. El que tuvo -y aún tiene- poder sobre la mujer, sobre los hijos, sobre el relato, sobre la escena. ___________________________________________________________________ LA ÉTICA DE LA INTERVENCIÓN Intervenir con varones exige una posición clara. No alcanza con comprender, ni con alojar. Hace falta incomodar. Hace falta nombrar. Hace falta construir una escena que habilite la palabra, pero que también exija responsabilidad. Porque no hay justicia subjetiva sin verdad, y no hay verdad sin conflicto ético. ___________________________________________________________________ Lo que buscamos, entonces, no es una justicia formal -que muchas veces llega tarde o no llega-, sino una justicia subjetiva, entendida como “el momento en que el varón reconoce el daño que ejerció, lo nombra sin rodeos, y se responsabiliza ante ese otro que fue afectado. No para pedir disculpas, sino para inscribirse simbólicamente como quien ejerció violencia y, por tanto, como quien tiene que transformar su posición en el vínculo”. Este enfoque, lejos de la patologización individualizante, propone un abordaje que recupere el conflicto como oportunidad de transformación. No se trata de explicar la violencia como efecto de traumas pasados, sino de visibilizar las decisiones actuales y las estructuras que las sostienen. _________________________________________________ __________ ¿Qué dice la silla vacía?
La silla vacía no está vacía. Está llena de ausencias institucionales: jueces que habilitaron revinculaciones sin evaluar riesgos, defensas que recomendaron no asistir a los dispositivos, equipos que derivaron sin seguimiento. Está llena de frases que el varón nunca dijo, de preguntas que nadie le hizo. Pero también está llena de potencia. De posibilidad. Hablarle a quien se dañó no es un acto privado ni simbólico. Es un acto profundamente político y subjetivamente transformador. Nos obliga a revisar nuestras coordenadas de intervención, a asumir que la incomodidad forma parte del trabajo con varones, y a romper con los modelos que ofrecen explicaciones sin responsabilización. La silla vacía nos recuerda que el cambio no se juega en una sola dimensión. No basta con que el varón entienda. Debe registrar emocionalmente, reconocer discursivamente, alterar sus modos de respuesta y reconfigurar su lugar en la trama del poder. Y SIN ESA CONFIGURACIÓN, NO HAY JUSTICIA. nI SUBJETIVA, NI COLECTIVA. __________________________________________________________________ (*)Abogado litigante en CABA y Provincia de Buenos Aires. Diplomado en violencia económica. Coordinador de dispositivos grupales para varones que ejercen violencia en Asociación Pablo Besson y Municipalidad de Avellaneda. Coordinador de laboratorio de abordaje integral de las violencias en Asoc. Pablo Besson. Miembro de Retem. (Red de equipos de trabajo y estudio en masculinidades). Integrante de equipo interdisciplinario en evaluación de riesgo y habilidades parentales para revincular o coparentalidad (Asociaciòn Pablo Besson)