PAGINA 12 - Sección Psicología - 24 abril 2025
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Los autores plantean que la masculinidad de sometimiento o patriarcal tiene a la identificación con el agresor como mecanismo de transmisión intersubjetiva.
Por Alejandro Vainer y Carlos Barzani
Diversos autores, entre ellos, Rita Segato, Michael Kaufman, bell hooks y Juan Carlos Volnovich señalan la violencia que implica “hacerse hombre” bajo el modelo de una masculinidad patriarcal o de sometimiento. Asimismo, De Stefano Barbero señala que en su experiencia con varones que han ejercido violencia de género ha encontrado que todos ellos en algún momento de su infancia han sufrido diferentes formas de violencia, es decir, primero han sido víctimas y luego victimarios, afirmación que lo lleva a preguntarse sobre cómo se produce un victimario (
De Stefano Barbero, Matías, Masculinidades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad, Bs. As., Ed. Galerna, 2021, pp. 276-277).
¿Cómo se traducen los abordajes psicosociales en el terreno del aparato psíquico?
Sandor Ferenczi en 1932 describe el mecanismo de identificación con el agresor en el trabajo analítico con pacientes adultos que sufrieron abusos siendo niños. Cuando el temor “alcanza su punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí e identificándose por completo con el agresor.” (Ferenczi, Sandor, “Confusión de lenguas entre los adultos y el niño. El lenguaje de la ternura y de la pasión”, 1932).
Jay Frankel sitúa que este mecanismo está constituido por tres acciones que suceden simultáneamente: nos sometemos mentalmente al atacante, este sometimiento nos permite adivinar los deseos del agresor, penetrar en la mente del atacante para saber qué está pensando y sintiendo, para poder anticipar lo que el agresor va a hacer, y de esta manera saber cómo conseguir nuestra propia supervivencia. Y tercero, hacemos aquello que sentimos que nos mantendrá a salvo de las agresiones, borramos nuestra subjetividad a través de la sumisión al agresor (Frankel, Jay, “Explorando el concepto de Ferenczi de identificación con el agresor. Su rol en el trauma, la vida cotidiana y la relación terapéutica” revista Aperturas psicoanalíticas Nº 11, Madrid, 2002). Asimismo, la identificación con el agresor, en una proporción atenuada, consiste en una operación utilizada frecuentemente por personas que están en una posición vulnerable o de debilidad --dentro de un vínculo asimétrico-- como una manera de enfrentar situaciones con otros sujetos más fuertes y/o que son sentidos como una amenaza. Para Ferenczi se trata de una operación en la cual el sujeto borra su subjetividad y se identifica a otro que está en una situación asimétrica de poder en el afán de sobrevivir. Por el contrario, el concepto con el mismo nombre descripto por Anna Freud supone que el sujeto ejecuta “el papel del agresor, asumiendo sus atributos o imitando sus agresiones, el niño simultáneamente se transforma de persona amenazada en la que amenaza”.(Freud, Anna (1936), El yo y los mecanismos de defensa, Ed.Paidós, Bs As, 1961, p. 125).
Podríamos conjeturar que en la operación de “identificarnos” incorporamos ambos polos de la fórmula sometedor-sometido y quien fue víctima puede ser eventualmente victimario. Aquí vale mencionar la responsabilidad de quien detenta el lugar de poder en una relación asimétrica, haber sido víctima no desresponsabiliza de actos que victimicen a otros. Argumento que muchas veces utilizan los abusadores con el fin de victimizarse y desresponsabilizarse de sus actos. En todo caso, bien vale la pregunta sobre qué lleva a un sujeto a hacerle algo a otro que no le gustaría que le hicieran (cf. Toporosi, Susana, En carne viva, Abuso sexual infantojuvenil, Ed. Topía,Bs As, 2018, p.149).

Ahora bien, la fórmula mencionada suele producirse desde la temprana infancia en familias y sociedad patriarcales, reforzada en la adolescencia y en la juventud por la “vigilancia” del grupo de pares. Bien vale como ejemplo un estudio estadounidense donde se preguntó a mujeres y hombres qué era lo que más temían (citado por Michael Kimmel en “Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina”, junio 1997). Mientras las mujeres respondieron que a ser violadas y asesinadas, los varones contestaron que lo que más les asustaba era ser motivo de risa. Nosotros agregamos: por no ser lo suficientemente masculinos o, dicho en otras palabras, ser ridiculizados por ser “afeminados” o “maricas”; y eso está marcado en carne viva.
A modo de ilustración: en una serie francesa --La vida en risa (Drôle), 2022-- una de las protagonistas consigue tener éxito en un stand-up comentando el placer de su pareja varón mediante la estimulación anal. El problema empieza cuando su pareja varón pasa a ser objeto de bromas en sus diferentes grupos y la crisis que desencadena.
Algunos imaginarios sociales van cambiando y al mismo tiempo conviven con otros más arcaicos al modo de las capas geológicas. Algo que parecía superado, de otra época, permanece agazapado y, repentinamente, brota.
Pueden ser varios los desenlaces en cada sujeto: desde la regresión a una masculinidad tradicional, es decir, una suerte de reacción machista como sucede con uno de los protagonistas en la primera temporada de la serie española Machos Alfa. Allí, luego de asistir a un taller de “deconstrucción de la masculinidad”, uno de ellos promueve la contrarreforma machista: el varón tiene que “recuperar la virilidad que le han quitado” (sic); un conflicto entre diferentes modos de ser varón, que dará una serie posible de sintomatologías --verbigracia, quedar perplejos al querer encarar un vínculo sexoafectivo con una mujer--; hasta una transformación de estas identificaciones a partir de los nuevos grupos y contextos de los que formamos parte. Y este proceso no es sin marchas y contramarchas.
Otro momento clave de la estructuración subjetiva se produce en la pubertad y en la adolescencia, donde se resignifican las experiencias infantiles y el sujeto se enfrenta a operaciones corposubjetivas, ya que debe hacer frente a cambios corporales, psíquicos, familiares y sociales. Es un momento de interrogación por la identidad, en el cual se producen desidentificaciones, nuevas identificaciones y se cuestionan otras en un proceso que supone la confrontación generacional y donde el grupo de pares cobra singular relevancia, ya que es el espacio que puede constituirse en soporte de estos fenómenos que producen incertidumbre. La elección del mismo suele apoyarse en la identificación a algún rasgo. En este sentido, la cultura grupal será definitoria de las nuevas y no tan nuevas referencias identificatorias. Subrayamos “no tan nuevas” ya que, en una sociedad patriarcal, se pone en juego si el grupo de pares cuestionará o reforzará lo esperable/deseable en cuanto a los mandatos de masculinidad instituidos.
Los varones en una sociedad patriarcal estamos atravesados por el dispositivo de masculinidad de sometimiento que supone ser fuertes, valientes, independientes, activos, agresivos, no expresar nuestras emociones, el mandato de “virilidad”, etc. No es casual, por ejemplo, que algunos varones busquen mejorar su performance sexual a través del Viagra, permitiéndoles “soluciones” aceleradas a los avatares que su vida sexual “les exige”.
Esa fachada viril está dedicada a ese grupo de pares-varones. Estos grupos son algo así como vigilantes o centinelas del género “apropiado” o más bien prescripto, en el que se ejerce un control constante de los cuerpos, gestos, actitudes y movimientos propios y ajenos. (…)
Un ejemplo extremo --entre varios-- de la violencia y masculinidad de sometimiento potenciada por la incitación mutua y la necesidad de reforzar y exhibir esta forma de masculinidad frente a los demás varones del grupo podemos verlo en el asesinato del joven Fernando Báez Sosa en manos de un grupo de rugbiers en la ciudad de Villa Gessel. En este hecho intervinieron también prejuicios racistas y de clase, cuestiones que suelen permitir además que el varón agredido sea ubicado por los agresores como varón subalterno, subordinado, inferior.
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La masculinidad de sometimiento o patriarcal tiene a la identificación con el agresor como mecanismo de transmisión intersubjetiva.
Pero no siempre fue ni será del mismo modo.
Alejandro Vainer y Carlos Barzani son psicoanalistas.
Fragmento del libro “El malestar de los varones en tiempos de oscuridad” que acaba de publicar la Editorial Topía y será presentado el 3 de mayo a las 19 en la Feria del Libro (sala Ernesto Sabato, pabellón Azul)